Cuando el sol que se acaba arroja sus rayos a las nubes
Y se hunde ardiente en el golfo que hay abajo
No se oye una voz de la naturaleza que lance un grito
Ante ese suceso. Al menos los pájaros han de saber
Que el firmamento se viste de negro.
Murmurando algo quedo en su pecho
Un pájaro empieza a cerrar los ojos apagados;
O sorprendido demasiado lejos de su nido,
Apresurándose a poca altura de la arboleda, uno que andaba perdido
Se precipita, justo a tiempo, al árbol que recuerda.
A lo sumo piensa o gorjea suavemente: "¡A salvo!
Y que ahora la noche se me haga del todo negra.
Que la noche me resulte demasiado oscura para ver
El futuro. Que lo que haya de ser, así sea".
Y se hunde ardiente en el golfo que hay abajo
No se oye una voz de la naturaleza que lance un grito
Ante ese suceso. Al menos los pájaros han de saber
Que el firmamento se viste de negro.
Murmurando algo quedo en su pecho
Un pájaro empieza a cerrar los ojos apagados;
O sorprendido demasiado lejos de su nido,
Apresurándose a poca altura de la arboleda, uno que andaba perdido
Se precipita, justo a tiempo, al árbol que recuerda.
A lo sumo piensa o gorjea suavemente: "¡A salvo!
Y que ahora la noche se me haga del todo negra.
Que la noche me resulte demasiado oscura para ver
El futuro. Que lo que haya de ser, así sea".
Robert Frost (San Francisco, 1874 - Boston, 1963), Poemas, selección, traducción y prólogo de Enrique L. Revol, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1979