martes, abril 29, 2014

De Gabo

"Cada quién es dueño de su propia muerte" así lo escribió Gabo, en alguna de sus historias. Cuando alguien muere se suele hablar mucho del muerto, a mi me dieron ganas de releer una de mis historias favoritas "El amor en los tiempos del colera"... uno de los comentarios que más se escuchan tras la muerte del escritor es el pobre aporte o su flaca postura con respecto al conflicto colombiano. Yo no creo que sea tan así, pero solemos ensañarnos con quién nos es más fácil, ya sea porque no puede defenderse o de quién no tenemos que defendernos. Como periodista y escritor dijo unas cuantas cosas, y aunque "unas cuantas" no sean nunca suficientes, alguna cosa dijo que no es lo mismo que no decir ninguna.
Cosas sobre el amor dijo, muchas de ellas interesantes, y este libro diría que las contó casi todas sobre esta materia... pero como "el palo no esta pa' cucharas" prefiero compartir sobre otras cositas que también abundan en este texto...por ejemplo:


Cuando el tío se retiró contra su voluntad, por prescripción médica, Florentino Ariza empezó a sacrificar de buen grado algunos amores dominicales. Se iba a acompañarlo en su refugio campestre, a bordo de uno de los primeros automóviles que se vieron en la ciudad, cuya manivela de arranque tenía tal fuerza de retroceso que le había descuajado el brazo al primer conductor. Hablaban muchas horas, el viejo en la hamaca con su nombre bordado en hilos de seda, lejos de todo y de espaldas al mar, en una antigua hacienda de esclavos desde cuyas terrazas de astromelias se veían por la tarde las crestas nevadas de la sierra. Siempre había sido difícil que Florentino Ariza y su tío pudieran hablar de algo distinto de la navegación fluvial, y siguió siéndolo en aquellas tardes demoradas, en las cuales la muerte fue siempre un invitado invisible. Una de las preocupaciones recurrentes del tío León XII era que la navegación fluvial no pasara a manos de los empresarios del interior vinculados a los consorcios europeos. “Este ha sido siempre un negocio de matacongos -decía---. Si lo cogen los cachacos se lo vuelven a regalar a los alemanes”. Su preocupación era consecuente con una convicción política que le gustaba repetir aun cuando no viniera al caso:
-Voy a cumplir cien años, y he visto cambiar todo, hasta la posición de los astros en el universo, pero todavía no he visto cambiar nada en este país -decía---. Aquí se hacen nuevas constituciones, nuevas leyes, nuevas guerras cada tres meses, pero seguimos en la Colonia.
A sus hermanos masones que atribuían todos los males al fracaso del federalismo,les replicaba siempre: “La guerra de los Mil Días se perdió veintitrés años antes, en la guerra del 76”. Florentino Ariza, cuya indiferencia política rayaba los límites de lo absoluto, oía estas peroratas cada vez más frecuentes como quien oía el rumor del mar. En cambio, era un contradictor severo en cuanto a la política de la empresa. Contra el criterio del tío, pensaba que el retraso de la navegación fluvial, que siempre parecía al borde del desastre, sólo podía remediarse con la renuncia espontánea al monopolio de los buques de vapor, concedido por el Congreso Nacional a la Compañía Fluvial del Caribe por noventa y nueve años y un día. El tío protestaba: “Estas ideas te las mete en la cabeza mi tocaya Leona con sus novelerías de anarquista”.

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