lunes, noviembre 30, 2009

La Cajita de los Muertos


"Con el perdón de los muertos"
Credito foto: Laura Acevedo. Cementerio Recoleta. Buenos Aires

A veces se te da por pensar en la muerte, pero no en la muerte cualquiera, porque sobre esa también se te da por pensar a veces. Pensaba anoche en tanto escuchaba la lluvia, pero no esa de afuera, sino esta que caía encima y entonces me preguntaba por mi muerte. Y pasa que cuando pienso en ello es inevitable no acordarme del blog de Rey, (http://simulacros.blogspot.com) donde nos informaba a todos de como quería fuera su funeral, al igual que rey siempre me pregunto si uno debería preocuparse por dejar todo listo, como para evitarle el encarte a los demás o si por el contrario uno debería desentenderse completamente de ello y hacer el mayor esfuerzo por hacer vivir en cualquier otro, este famoso decir, "y a mi me toco cargar con el muerto". También cuando piensas en estas cosas "vitales", piensas en las personas que se morirán por suerte o no primero que uno y aquellas que por suerte o no lo harán acto seguido.

Esta mañana en uno de esos viajes en tren que se me ocurren, leía, alguna vez escuche que uno no encuentra a los libros, ellos los encuentran a uno, "Y SI", un cuento de las tías me encontró esta mañana, justo esta mañana que siguió a mis pensamientos fúnebres, cuando acabé el cuento, estaba feliz por la revelación. Incluso llegue a preguntarme como no se me había ocurrido antes, y bueno, la respuesta fue inmediata, hay gente pa´ todo.

Era tan precavida la tía Mari que dejó comprado el baúl de olinalá en el que deberían poner sus cenizas. Y ahí estaba, en mitad del salón hasta donde todos los que la quisieron habían llegado para pensar en ella.

Tía Mari tuvo una amiga de su corazón. Una amiga con la que hablaba de sus pesares y sus dichas, con la que tenía en común varios secretos y un montón de recuerdos, una amiga que estuvo sentada junto al cofrecito sin hablar con nadie durante todo el día y toda la noche que duró el velorio. Al amanecer, se levantó despacio y fue hasta él. Cuando estuvo cerca, sacó de su bolsa un frasco y una cuchara tomó dos tantos de cenizas y los puso en el frasquito. Hizo todo con tal sigilo que quienes estaban en la sala imaginaron que se había acercado para rezar.

Sólo fue descubierta por un par de ojos, a su dueña le rindió cuentas tras verlos brincar de sorpresa:

-No te asustes – le dijo- . Ella me dio permiso.

Sabía que me hará bien tener un poco de su aroma en la caja donde están las cenizas de los demás.

Siempre que puedo me llevo un poco de los seres a los que seguiré queriendo después de muerta, y los mezclo con los anteriores. Ella me regaló la caja de marquetería donde los guardo a todos. Cuando yo me muera, me pondrán ahí dentro y me confundiré con ellos. Después, que nos entierren o nos echen a volar, pero junto.

De: Angela Mastretta, 1992. Mujeres de Ojos Grandes.

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