sábado, diciembre 05, 2009

Corpóreo [autorretrato]


Autorretrato, 1906
Fotografía Imogen Cunningham

Salgo de mi cuerpo en la densa y basta espesura de estatuas...
amenazantes, ajenas, distantes.
Sin la danza del viento cada átomo se comprime,
el vapor de los suelos alcanzando almas,
y yo, impenetrable,
cargada por sonrisas de mariposas,
de miradas acuosas,
del ruido incesante de hojas amarillas.

Blanca sabana te recubre,
cerrado esta el vinculo con tu amanecer,
te recorro por uno de los arcos en tus cuencas,
la sima limita la expansión de tu espacio,
observo como se sublima la fisura que hay entre los rieles,
de aquello que te da vida.
El rojizo atardecer en el final de tus ángulos y
la precipitante huida de mi dedo,
hacia un desierto inhabitable.

Llanura inmensa se abre como ríos,
pequeña tierra elevada, fino abano,
libélula de miel, suavidad insegura, firmeza ligera.
La sutil finura de los hilos que en ti nacen,
que se encuentran, se reparten.

Espacio estático que potencia existencia,
las curvas de tu desesperación compiten,
y se acercan... al templo.
Enredadas hojas en blanco y negro,
el rey de antaño espera,
delicadeza de capas le guardan,
profundo, pequeño y húmedo final,
rocas, soledad infinita.

Extenso bastón se duplica,
delicadeza de tallos, plumas blancas,
columnas sin grietas,
orificio cruel empaña tu belleza.
Desciendo inclinándome en línea perfecta.

...suplica al verte en mi muerte,
pues la inefable dulzura te alcanza.

1 comentario:

Javier Quintero dijo...

Hermoso, que suave y fina sensación se me desliza por los poros. Bello, muy bello.