Ya había dicho anteriormente que los abrazos son un invento maravilloso. Recordé esta imagen bellisima de un abrazo descrito por Pamuk y no pude evitar compartirlo. Ahí va...
Nos abrazamos. Me gustó tanto que ni siquiera me sentí culpable. Me atravesó una sensación agradable, más dulce que la miel. Lo abracé con más fuerza. Le permití que me besara y yo misma le besé. Mientras nos besábamos fue como si al mundo entero lo cubriera una dulce oscuridad. Me habría gustado que todos se abrazaran como nosotros. Me parecía recordar que el amor era algo parecido a aquello. Me introdujo la lengua en la boca. Me gustaba tanto lo que estaba haciendo que era como si el universo se sumergiera con nosotros en un luminosa bondad, no podía pensar en que ocurriera nada malo.
En: Orhan Pamuk. Me llamo rojo. Punto de lectura. p.250
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