miércoles, abril 21, 2010

Hiroshima y la pulsión de muerte

El filósofo y teólogo Leonardo Boff (2009), hacía una reflexión en el cumplimiento de los 65 años del Holocausto Judío, titulada: Pensar al ser humano después de Auschwitz,  éste se preguntaba ¿Cuánto de inhumanidad hay en la humanidad? La paradoja que subyace a esta pregunta, es que siendo el ser humano plenamente consciente, y no en el estado natural o instintivo de Hobbes, aniquila y extermina al otro. La conducta es guiada por un ejercicio plenamente racional y premeditado. Un arma lleva en la fabricación su propósito.




El bombardero B-29 Enola Gay lanzó la bomba atómica, bautizada <>, sobre la ciudad de Hiroshima, un 6 de agosto de 1945, tres días después la población de Nagasaki sería su próxima víctima. Alrededor de 140.000 personas murieron y la ciudad quedó totalmente destruida, la historia posterior dirá, que no quedo vida animal ni vegetal. El proyecto Manhattan fue llevado a cabo durante más de dos años, su objetivo principal, la fabricación de las bombas atómicas. Fue pensado y diseñado por un significativo grupo de científicos, militares y actores políticos, no solo de los Estados Unidos, sino también de otros países ¿Que tenían en común? El propósito “altruista” de acabar con la segunda guerra y advertir a la ofensiva soviética. Sin duda, el lanzamiento de las bombas atómicas no estuvo dirigido por un impulso irracional generado en un estado inconsciente de los pilotos que sobrevolaron el cielo japonés. Este propósito no era menos perverso que el de Hitler que dejó millones de muertos bajo el lema de una Alemania unida y fuerte, con condiciones de bienestar para sus civiles. Cuatro años después del plan Manhattan, la URSS se hizo a armas nucleares y Estados Unidos a la Bomba de hidrogeno (1953), para entonces ya había sido redactada la declaración universal de los derechos humanos. Dos décadas más tarde, la producción de armamento nuclear era un fenómeno planetario, Israel, Suráfrica, la India…  La violencia siempre estará dada en una situación de desequilibrio, donde aquel que tiene el poder, es el que tiene a su vez la capacidad de ejercer daño sobre el otro, en este caso la capacidad de matar, de acabar con toda vida animal y vegetal en un segundo. La fuerza vital de crecimiento, riqueza y poderío de los estados, se encuentra conviviendo en el mismo núcleo con las fuerzas destructivas y de muerte.        

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